La media anual europea de las temperaturas atmosféricas ha aumentado 0,3-0,6°C desde 1900. De acuerdo con los modelos climáticos, se prevén nuevos aumentos, por encima de los niveles de 1990, hasta cerca de 2°C para el año 2100, con incrementos superiores en el norte de Europa en comparación con el sur. Entre las posibles consecuencias, se contemplan: la elevación del nivel del mar, tormentas más frecuentes e intensas, inundaciones y sequías, así como cambios en la biota y en la productividad de alimentos. La gravedad de estas consecuencias dependerá en parte
del grado en que se implementen las adecuadas medidas de adaptación durante los próximos años y décadas.
Para garantizar que la temperatura no se incremente más de 0,1°C por década y que el nivel de los mares no aumente más de 2 cm por década (límites provisionales previstos para asegurar la sostenibilidad), será necesario que los países industrializados reduzcan las emisiones de los gases responsables del efecto invernadero (dióxido de carbono, metano, óxido nitroso y diversos compuestos halogenados), como mínimo en un 30-55 por ciento con respecto a los niveles de 1990, para el año 2010.
Estas reducciones son mucho mayores que los compromisos adquiridos por los países desarrollados en la tercera conferencia de las partes signatarias del Convenio marco sobre el cambio climático (CMCC) de Naciones Unidas, celebrada en Kyoto en diciembre de 1997, que consistían en reducir las emisiones de los gases responsables del efecto invernadero en la mayoría de los países europeos, en un 8 por ciento por
debajo de los niveles de 1990 para el año 2010. Algunos países de Europa central y oriental se comprometieron a reducir las emisiones de estos gases entre un 5 por ciento y un 8 por ciento en relación con 1990, para el 2010; mientras que la Federación Rusa y Ucrania prometieron estabilizar las emisiones en los niveles de 1990.
No parece probable que la UE cumpla el objetivo original del CMCC, fijado en 1992, de estabilizar las emisiones de dióxido de carbono (principal responsable del efecto invernadero) en los niveles de 1990 para el año 2000, ya que la previsión actual es que las emisiones aumenten un 5 por ciento respecto a los niveles de 1990 en el primer año del siglo que viene. Además, en marcado contraste con el objetivo de Kyoto de alcanzar una reducción del 8 por ciento en las emisiones de los gases responsables del efecto invernadero para el año 2010, (para un "conjunto" de seis gases en el que se incluye el dióxido de carbono), en el último escenario de "situación sin cambios" realizado por la Comisión Europea, se sugiere un aumento del 8 por ciento en las emisiones de dióxido de carbono en la UE entre 1990 y 2010, procediendo la mayor aportación (39%) del sector del transporte.
No se ha adoptado todavía la propuesta de una de las medidas clave a escala comunitaria: un impuesto sobre la energía y el carbón, pero ya se ha introducido este impuesto en algunos países de Europa occidental (Austria, Dinamarca, Finlandia, Países Bajos, Noruega y Suecia). Hay también otras posibles medidas para reducir las emisiones de CO2 que ya se están aplicando en diversos países europeos y en la Unión Europea. Entre estas medidas se incluyen los programas de eficiencia energética, las instalaciones combinadas de calefacción y electricidad, el cambio de
combustibles del carbón al gas natural y/o la madera, las medidas encaminadas a modificar la división de modalidades en el transporte y a la absorción de carbono mediante la reforestación (ampliación del sumidero de dióxido de carbono).
El uso de energía, dominado por los combustibles fósiles, es el factor clave de las emisiones de dióxido de carbono. En Europa occidental, las emisiones procedentes del uso de combustibles fósiles descendieron un 3 por ciento entre 1990 y 1995 debido a la recesión económica, la reestructuración de la industria en Alemania y el cambio del carbón al gas natural en la generación de electricidad. Los precios de la energía se han mantenido estables en Europa occidental durante la pasada década y relativamente bajos en comparación con los precios habituales en el pasado; esto no ha propiciado el estímulo suficiente para mejorar la eficiencia. La intensidad energética (consumo final de energía por unidad de PIB) ha disminuido sólo un 1 por ciento desde 1980.
Entre 1980 y 1995, se registró un cambio sustancial de las pautas vigentes en el uso de la energía. En el sector del transporte, creció un 40 por ciento; en el sector industrial, el uso de energía descendió en un 8 por ciento y el de otros combustibles aumentó en un 7 por ciento, lo que refleja principalmente el incremento del transporte por carretera y un alejamiento del uso intensivo de energía por parte de la industria. Entre 1985 y 1995, se registró un aumento del 10 por ciento en el consumo total de energía.
La aportación de la energía nuclear al suministro total de energía pasó del 5 al 15% en Europa occidental entre 1980 y 1994; Suecia y Francia dependen de la energía nuclear para cubrir cerca de un 40 por ciento de sus necesidades totales de energía.
En Europa oriental, las emisiones de dióxido de carbono procedentes del uso de combustibles fósiles descendieron un 19 por ciento entre 1990 y 1995 debido principalmente a la reestructuración económica. El uso de energía en el sector del transporte descendió un 3 por ciento en los PECO durante este período y un 48 por ciento en los NEI. En el sector de la industria, el uso de energía descendió un 28 por ciento en los PECO y un 38 por ciento en los NEI. La intensidad energética es, en Europa central y oriental, unas tres veces superior a la de Europa occidental, y en los
NEI, unas cinco veces superior, por tanto en ambas regiones es considerable el potencial de ahorro de energía. En un hipotético escenario de "situación sin cambios", se prevé que, para el año 2010, el uso de energía sea un 11 por ciento menor al de 1990 en los NEI y un 4 por ciento superior al de 1990 en Europa central y oriental.
Entre 1980 y 1994, la aportación de la energía nuclear al suministro total de energía pasó del 2 al 6 por ciento en los NEI y del 1 al 5 por ciento en la CEE. En Bulgaria, Lituania y Eslovenia, la energía nuclear cubre cerca de la cuarta parte de las necesidades totales de energía.
Entre 1980 y 1995, las emisiones de metano descendieron un 40 por ciento en los PECO y en los NEI. No obstante, pueden alcanzarse todavía mayores reducciones en toda Europa, en especial en los sistemas de distribución de gas y en las minas de carbón. Asimismo, podrían reducirse en toda Europa las emisiones de óxido nitroso procedentes de la industria y del uso de fertilizantes.
Se han registrado una rápida disminución de los niveles máximos de CFC tras la prohibición de su uso y producción. Sin embargo, van en aumento el uso y la emisión de sus sustitutos, los HCFC (responsables también del efecto invernadero), al igual que los de los siguientes gases, identificados recientemente como responsables del efecto invernadero e incluidos en el "conjunto" de gases para los que se fijaron en Kyoto objetivos de reducción: SF6, los HFC y los PFC.
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